jueves, 24 de abril de 2008

lord byron

El entierro, tal como apareciera en el volumen de Historias extraordinarias (pp. 133-141), que publicara la Dirección de Literatura de la UNAM en 1992, con mínimas correcciones.
Nota biobibliográfica acerca de Lord Byron
George Gordon, Lord Byron(1788-1824), nació en Londres en 1788. Dedicó su vida a la literatura, a intensos amoríos y a la política. Entre sus obras destacan Manfredo, Don Juan, Childe's Harold Pilgrimage, English Bards and Scotch Reviewers, y El prisionero de Corinto. Fue un constante viajero. Colaboró activamente con los revolucionarios italianos y con los insurgentes griegos. Murió de peste en Missolonghi, Grecia, en 1824. El vampiro del doctor John William Polidori, secretario de Byron, narra la historia de un hombre perverso, Lord Ruthven, que vuelve a la vida, tras la muerte, para desposar a la hermana de Aubrey -único testigo de su verdadera naturaleza-, que debe guardar silencio a causa de un juramento. El entierro (The Burial) es una texto inconcluso; sin embargo, su desarrollo permite encontrar un estrecho paralelismo con el relato de Polidori en ambientación y circunstancias. Ambas historias tienen un origen común en el encuentro del lago de Ginebra, en 1816, donde coincidieron, además de Byron y su secretario, Percy y Mary W. Shelley en la Casa de Campagne Chapuis, durante dos semanas.
El entierro (The Burial)
En el año de mil setecientos después de haber meditado por algún tiempo, sobre la posibilidad de viajar por países, que hasta ahora los viajeros no frecuentan mucho, partí en compañía de un amigo, a quien me referiré como August Darvell. Era unos años mayor que yo, un hombre de fortuna considerable y familia de prosapia. Ventajas que él ni devaluaba ni sobre estimaba gracias a su gran capacidad. Algunas circunstancias singulares en su historia personal lo habían convertido para mí en objeto de atención, interés y hasta de estimación, que no disminuían ni sus modales reservados ni las ocasionales muestras de angustia que a veces le acercaban a la enajenación mental. Yo era todavía un joven y había empezado a vivir temprano; pero mi intimidad con él era reciente, asistimos a las mismas escuelas y universidad; mas su paso por ellas me había precedido, y él ya se había iniciado a fondo en lo que se ha llamado el mundo, mientras yo estaba todavía en el noviciado. Durante ese tiempo, escuché detalles en abundancia tanto de su vida pasada como de la presente y, aunque en estas narraciones había muchas e irreconciliables contradicciones, podía yo inferir que él no era un ser común, sino alguien que, aun cuando se esforzara por no ser conspicuo, seguía siendo notable. Había trabado conocimiento con él e intenté conquistar posteriormente su amistad, pero parecía que ésta era inalcanzable; los afectos que pudiera haber sentido aparentaban para entonces o haberse extinto o concentrarse en él. Tuve suficientes oportunidades para observar que sus sentimientos eran intensos; pues aún cuando los podía controlar, le era imposible encubrirlos por completo; sin embargo, tenía la facultad de dar a una pasión la apariencia de otra, de modo que resultaba difícil definir la naturaleza de lo que sucedía en su interior; y las expresiones de su rostro podían variar con tal rapidez, aunque ligeramente, por lo que resultaba inútil tratar de escudriñar su origen. Era manifiesto cómo lo dominaba una angustia incurable; pero nunca pude descubrir si era a causa de la ambición, el amor, el remordimiento o la pena, de uno solo o de todos estos, o sencillamente por un temperamento mórbido, semejante a una enfermedad. Existían circunstancias supuestas que habrían podido justificar su atribución a cualquiera de estas causas; pero como antes dije, éstas eran tan contrarias y contradictorias que ninguna podía considerarse definitiva. Se supone generalmente que donde hay misterio existe también la perversidad, no sé cómo pueda ser esto, pero es un hecho que en él existía el primero aunque no podría atestiguar los alcances de la segunda -y estaba poco dispuesto, en lo que a él se refería, a creer en su existencia. Recibía mi proximidad con bastante reserva; mas yo era joven y difícil para el desaliento; y, con el tiempo, tuve éxito al entablar, hasta cierto punto, ese vínculo común y esa confianza moderada de los intereses mutuos y cotidianos que crean y cimientan la comunión de empeños, y la frecuencia de encuentros que se llama intimidad o amistad según las ideas de quienes utilizan esas palabras para su expresión. Darvell había viajado ampliamente; me dirigí a él para que me aconsejara respecto al viaje que pretendía realizar. Era mi deseo secreto que se dejara persuadir para acompañarme; además, era una perspectiva improbable; basada en la vaga inquietud que había observado en él y a la cual daban renovada fuerza el entusiasmo que parecía sentir hacia tales temas y su aparente indiferencia por todo lo que lo rodeaba muy de cerca.

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